Del juego infantil a la creatividad adulta – Sanarnos con nuestro niño interior

Es sabido que la creación artística estimula el desarrollo infantil, además de ser una actividad lúdica para él.

El juego en el niño es una actividad vital, condiciona un desarrollo armonioso tanto de la afectividad como del cuerpo y la inteligencia. Un niño que no juega es un niño enfermo.

Muchos psicólogos han trabajado sobre las implicaciones psicológicas del juego en el niño y sobre el papel fundamental que ocupa este en nuestra vida.

Para la teoría psicogenética, fundada por Jean Piaget, el juego es expresión y  condición del desarrollo del niño. A cada etapa evolutiva corresponde un tipo de juego. Este constituye un revelador de la evolución mental del niño.

Para la escuela psicoanalítica, los primeros juguetes reemplazan a la madre. En la primera etapa de vida el niño percibe que él y su madre son una sola entidad indisoluble. La noción de ser una entidad separada de su progenitora genera una gran pena en el pequeño, quien mediante el juego gestionará dicho conflicto.

La angustia frente a la desaparición de su madre, junto a la satisfacción ante su reaparición constituye en los bebés el punto de partida de numerosos desequilibrios y perturbaciones del desarrollo psíquico. Se explica así el juego de enseñar y ocultar, uno de los primeros juegos practicados por el niño, cargado ya de un simbolismo indudable, el del deseo y la prohibición.

A medida que el niño crece mediante el mismo adquirirá conciencia de su yo, se identificará con seres amados, etc.

Podríamos decir entonces que el niño al jugar, lo que hace va más allá de una simple actividad recreativa.

Una característica que se debe destacar es que el acto de jugar genera placer y los humanos no deseamos renunciar a ningún placer conocido. Por lo que cabe preguntarse cómo satisface el adulto este placer al que debe renunciar.

Al crear, el adulto , como regla general, experimentaría una sensación de satisfacción, observable también en el niño que juega.

Debo aclarar que considero que el arte de la creación, no se reduce al conocido poeta, creador increíbles y conocidas pinturas o al responsable de escalofriantes composiciones musicales. Creamos cada vez que nos valemos de nuestra sensibilidad e imaginación para concretar en la realidad externa palpable  algo que primero cobró vida en mi interior.

Por lo que está creando el que inventa una forma de ayudarte en terapia, quien compone los párrafos que te inspiraron, quien te tejió a pulso el jersey que llevas puesto.

¿Pero por qué crear alivia nuestro espíritu?

Frente a esta cuestión viene a mi mente el concepto de “sublimación” del psicoanalista Sigmund Freud. La sublimación es un mecanismo de defensa maduro de nuestro “yo” que consiste en canalizar fuerzas internas desde el territorio de los deseos a un terreno donde estos sean más viables o se consideren más aceptables. Deseos internos que no son compatibles con nuestra conciencia moral y valores de nuestra cultura, encuentran su satisfacción de manera aceptable para mi y mi cultura. En la creación artística estaríamos, justamente, sublimando.

Es decir, estas fuerzas internas, no se estancarían o nos enfermarían, sino que encontrarían un fin satisfactorio, lo cual podría dar algo de luz a este cuestionamiento.

Al respecto, los psicoanalistas de la escuela Kleiniana, afirman que con el arte se reparan los objetos internos destrozados.

Por lo expuesto anteriormente, resulta lícito preguntarse:

¿Por que no aliviar nuestro espíritu creando, conectando y dejando fluir fuerzas internas que buscan un fin satisfactorio?

¿Por qué no volver a los sabios recursos de los niños utilizando el arte y la creación como medio de expresión emocional, plasmando en mi creación lo que no puedo poner en palabras? ¿Por qué no volver a jugar?

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